Monday, October 11, 2010

Estampita mexicana con llorona


Por una de las calles laterales a la Plaza de San Jacinto de Ciudad de México, como parte de esa fauna de turistas que se desplazan a diario por las calles del D.F. Intentando congelar inútilmente los recuerdos con una cámara digital, entre el murmullo de la gente y la música proveniente de los restaurantes, escuché un leve quejido. Un breve sonido como oleaje que venía y callaba. Por la acera del frente, detrás de los autos estacionados,  pasaba una señora bien entrada en años, con dos trenzas tejidas en su pelo encanecido y largo que le bajaban por la espalda. Escuché su llanto con mayor claridad a medida que se acercaba. Caminaba sola. Sus lamentos venían de una profundidad y un desgarramiento que sólo conoce el alma. Aún vestía de colores, como si el acontecimiento estuviese todavía latiendo en sus oídos. Había mucha gente al otro lado de la calle, pero nadie mas se percataba. Busqué hacia los lados para ver si alguien la seguía a la distancia y pude ver a la imagen de la muerte, vestida de traje naranja, adornada con flores de colores y sombrero, que mostraba su eterna sonrisa tras una ventana. Volví el rostro hacia el frente y ya la anciana había desaparecido entre una multitud cada vez más insensible al dolor ajeno. Al día siguiente me enteré que había muerto Roberto Cantoral, célebre compositor de algunos de los boleros más hermosos que jamás haya escuchado como El Reloj o La Barca. Aún espero que el dolor de la anciana haya sido por uno de esos recuerdos románticos que la música siempre acompaña y no por esos terribles aconteceres que a diario nos acosan.

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