Thursday, December 16, 2010

ECOS



El sonido de los disparos todavía rebota en la habitación del motel. Las ondas chocan contra las paredes pintadas de púrpura, contra el espejo lateral y el del techo. Rebotan y continúan un nuevo ciclo, cada vez con menos fuerza, pero aún se desplazan e interfieren entre sí mismas. Cruzan sus trayectorias con las plumas que brotaron de la almohada atravesada por el plomo y quedaron suspendidas momentáneamente en el aire espeso, pero que luego fueron cayendo como una menuda nieve que desafía la gravedad y baila de un lado al otro antes de continuar su descenso, como si se hubiesen desprendido de las alas del pájaro de la muerte, brillan en la penumbra y se mezclan con el humo de un cigarrillo que ya es mitad cenizas en el cenicero de vidrio sobre la mesita, donde una lámpara con un bombillo de 10 vatios batalla contra la oscuridad para hacerse parte del escenario. Los apagados quejidos del moribundo fueron música celestial para sus oídos, un bálsamo que no calmaba los dolores pero al menos era el placebo momentáneo. Dos horas antes la había detenido en la calle Baker, como si fuese un cliente más. Ella se acercó hasta le ventanilla y mostró todo lo que el push-up podía descontarle al peso de unos senos de copa 32C. El tipo regateó la tarifa y al final hubo acuerdo cercano al veinte por ciento de descuento, tanto por el billete como por el frío de la calle que ya comenzaba a entumecerle las piernas.

Subió al Impala blanco que olía a humo de cigarro, a restos de bourbon derramado y a comida barata y grasienta.  Quiso romper el hielo preguntándole su nombre o si tenía alguna fantasía en mente. El hombre sonrió ladeadamente sin decir una palabra. Cruzó en la entrada del primer motel 6 que consiguió en la interestatal. Fue a la recepción y pidió una habitación lo más alejada posible de la entrada. Salió con las llaves, condujo hasta la retirada esquina del edificio, sacó una botella de Jack Daniels que cargaba detrás del asiento y subieron hasta el segundo piso. Se quitó la gruesa y pesada chaqueta de cuero y la colocó en el espaldar de la silla. Entró al baño mientras ella lo esperaba en la cama con la TV encendida y le subió el volumen para no escuchar las flatulencias que comenzaron a retumbar detrás de la puerta. En un canal hispano la esposa y la amante le caían a puños y rasguños a un pobre desgraciado que apenas se defendía cubriéndose la cabeza con sus brazos mientras la moderadora hacía su teatro de sorpresa y grito. Salió del baño secándose las manos con una toalla pero aún le seguía la nube de los vapores que habían expulsado de su interior. Le pidió que se desnudara a lo que ella respondió que primero quería ver los ciento veinte dólares. Buscó en el bolsillo interior de la chaqueta y sacó un delgado Colt. La apuntó entrecerrando un ojo y le dijo: soy policía. Arrodillada sobre la cama palideció y dijo mierda, pero para sus adentros.  Desnúdate, fue la orden y ella lo hizo con las manos temblorosas. Primero la blusa y el brassiere, luego la minifalda y la tanga. Mientras el tipo revisaba con la mano libre el bolso, perfecta imitación china de Prada, que había dejado sobre la mesa.  Le sacó el pasaporte.

— Marlene güevara.

— Guevara — Le corrigió ella.

La visa vencida desde hacía más de un año.

— Sabes que te puedo llevar a la migra ¿No?  Pero hoy prefiero divertirme —  

Tomó un trago directo de la botella de Jack Daniels, se acercó con la mira apuntando la cabeza de donde un mechón de pelo, pintado de rubio y ennegrecido hacia la base, le colgaba. Le pidió que se acostara y la fue rozando con la punta del arma la frente, los párpados maquillados de color púrpura, la punta de la nariz  humedecida por el miedo. Le restregó una lágrima con la mira del cañón mientras seguía bajando el nivel de la botella. En el extremo del pezón el hierro se hacía tan frío como el hielo y lo hacía endurecerse aún contra el rechazo de cualquiera sensación y el terror recorriéndole todas las nervaduras. El perro reía, bebía y babeaba. Le buscó la boca y la besuqueó, dejándole saliva en el carmesí de los labios. A ella, que jamás besaba a un cliente en la boca, y que ahora movía la suya con asco y repulsión. El tipo continuó bajando con el extremo del arma por el vientre, le dibujó círculos en el ombligo, jugó con los arabescos de un tatuaje encontrado en el camino  y continuó hacia el sexo afeitado recientemente. Llegó hasta los otros labios y hurgó donde los pliegues internos se amontonaban y despertaban unos quejidos involuntarios.  Cuando alcanzó la entrada enrojecida de la carne e introdujo la punta del extremo cilíndrico cargó el gatillo como si estuviese listo para un duelo. Tal vez por el miedo a una vergonzosa muerte o por el eléctrico contraste de la temperatura entre el metal y la tibieza de sus adentros, se orinó del susto y el perro rió, bebió, aulló y se babeó. Sacó el arma humedecida fuera del cuerpo y comenzó a aflojarse el cinturón, a soltarse el botón, a bajarse el cierre y el interior, con la mano libre y sin llegar siquiera a su objetivo se descargó con espasmos enfermizos y jadeos caninos, dejando las entrepiernas y la cama salpicada. Se acostó a su lado aún con bufidos de cansancio, encendió un cigarrillo al cual dio dos bocanadas, lo dejó en el cenicero sobre la mesa, y se quedó dormido.

Ella no quiso moverse por unos minutos hasta que los ronquidos la convencieron que podía hacerlo. Se limpió con una esquina de la sábana. Sin siquiera vestirse le quitó de la mano el revolver al perro que no dio señales de vigilia. Con los brazos temblando y respirando profundo le apuntó al pecho. Pero así no valía la pena, no se conformaría con tan poco. Con el pié descalzo le pateó la pierna que colgaba del borde de la cama y luego de varios intentos el tipo despertó. Pudo verle el pánico y el asombro dibujados en los ojos bien abiertos mientras se cubría instintivamente con una almohada al frente. El primer disparo atravesó sin el menor esfuerzo la tela y el plumaje hasta llegar al plexo solar. El efecto le levantó los delgados brazos a ella y una vez que el peso del arma llegaba nuevamente hasta apuntar a su objetivo volvió a disparar, rasgando las telas de la almohada y atravesando el cuello del perro. El eco del primer disparo y el del segundo se interceptan en la habitación como una ola de mar que se retira y otra que llega. Las ondas agitan levemente las plumas que el ventilador de techo dispersa por todo el espacio y le van cubriendo el cuerpo desnudo hasta convertirla en un ángel que resplandece en la penumbra de una luz débil. Era como la primera nieve que había visto caer en aquel país que no era el suyo y con el que siempre había soñado para ser completamente libre.

Wednesday, December 8, 2010

El Arca de Noé de los poetas

Un amigo poeta español  llamado Fernando Sabido Sánchez se ha entregado a la titanica tarea de crear una antología mundial de poesía en español que ya se acerca a los 2400 poetas, como para que se salven de los diluvios del olvido en estos tiempos en que la información superflua es el pan de cada día. Allí me dejó un espacio en la página 2396 junto a unos 50 poetas venezolanos. Gracias Fernando. WG

http://fernando-sabido-sanchez.blogspot.com/2010/12/2606-william-guaregua.html
http://poetassigloveintiuno.blogspot.com/2010/12/2396-william-guaregua.html

Friday, November 12, 2010

Parknison



A mi amiga Joney

Resulta que hay un momento de la vida en la cual comienzas a morirte poco a poco, como si fuese una montaña a la que hubieses subido y ahora te toca bajar hasta el fondo del valle porque detrás de ti viene otro por el mismo camino y por más que quieras cederle el paso nadie quiere adelantar su tiempo. Van falleciendo los amigos, los conocidos, viejos amores, se van marchando los hijos a recorrer sus propios caminos  y va naciendo un enorme vacío alrededor. Pero cuando comienzan a morirse partes del cerebro, la vida va despareciendo como por pequeñas cuotas, como a crédito y pagando intereses de mora. Y se pierden los archivos de los recuerdos alegres o tristes que revisabas en los momentos de soledad. Pablo no podía explicar cómo sucedió exactamente. Fueron dos tipos, dijo. Salió del banco y lo llamaron por su nombre y apellido. Como si le conocieran desde hacía mucho tiempo. Fue uno de esos días en el que el párkinson le dio algo de tregua y lucidez. No había nadie cerca a quien pudiese llamar para que lo llevara a cobrar su pensión, ni hijos, ni nietos, cada quien en su trabajo, en su casa, los chamos, el rebusque diario  y de vez en cuando le entraba aquella sensación de que podía valerse por sí mismo. Ya quedaban muy pocas cosas en el refrigerador y de las medicinas sólo restaba para un par de dosis. Así que, como pudo, se dio un buen baño, se arregló con viejas ropas domingueras, tomó el bastón y el sombrero y salió de casa. Esperó con paciencia el bus en la parada. Lo ayudaron a subir y se fue hasta el centro de la ciudad.  Ya no recordaba cuándo había sido la última vez que había ido hasta el centro. La vida se había ido cerrando concéntricamente al vecindario, a la cuadra, a la casa y últimamente sólo a algunas habitaciones del piso inferior; las escaleras no le iban con los temblores del cuerpo y sus lentos pasos.  Al menos en el banco la fila de los ancianos no era tan larga. Había acumulado un par de meses de su pensión y eso le alcanzaría para hacer el tour por varias farmacias para buscar las medicinas y para comprar algo de comida. Le pidió al cajero que le chequeara el saldo de su libreta de ahorros: “Pablo Jiménez”, le dijo el tipo al leer la primera página, con una sonrisita ladeada dibujada detrás del cristal de la taquilla, para luego sacar algunos billetes de la caja, contarlos con la máquina, colocarlos dentro de la libreta y entregárselos. “Que tenga buenas tardes”  le dijo Pablo con su inestable voz. No había recorrido ni diez metros de la puerta del banco cuando escuchó claramente su nombre. Se detuvo, quiso voltear  pero le tomaron por el brazo y sintió el frío del metal que le apretaba entre dos costillas. “Ni se te ocurra voltear viejo”, le dijeron, mientras el otro soplaba “dale que no viene nadie”. Lo llevaron hasta el espacio entre dos camionetas estacionadas y le pidieron exactamente  la cantidad de cuatrocientos veinticinco bolívares que había sacado. Una mano que no atinaba el bolsillo por el parkinson y el miedo. Sintió el golpe del hierro por la frente y una mano, que no era la suya, que sacaba violentamente los billetes y la libreta del pantalón. Se sentó recostándose de uno de los cauchos y sólo vio las espaldas de los dos tipos que se marchaban caminando tranquilamente como si nada hubiese ocurrido. Un hilo de sangre bajaba desde los grises y ralos cabellos, pasaba por los surcos que los años habían labrado en su frente  y manchaba su camisa de domingo. Alguien pasó, lo vio e intentó ayudarlo a levantarse pero él no quiso. Llegó el vigilante del banco, llamaron a la policía que llegó en nueva, sonora e inútil patrulla. Pablo recordó que tenía una pequeña libreta donde anotaba los números telefónicos dado que su memoria había perdido la facultad de memorizarlos y con el golpe aún latiendo entre las sienes mucho menos. Pidió que llamaran a Eugenia, la menor, porque era la que podría estar más cerca y llegó al lugar con el olor de unos cauchos que venían demoliendo el asfalto por las calles. Apartó a la gente y se agachó. Preguntó lo que ya todos le habían preguntado. Si, dos tipos, me llamaron por mi nombre, me encañonaron, me pidieron exactamente lo que había sacado del banco, me golpearon, no, no les pude ver la cara, no sé, no recuerdo, en otros tiempos hubiese peleado, no me robarían tan fácil. Mientras se apretaba la herida que ya no sangraba con un pañuelo. Eugenia se levantó, pidió hablar con el gerente del banco, el tipo le atendió pero le dijo que no podía hacer nada, que si sabían el monto podía haber sido alguien en la fila. “¡Pero si todos eran ancianos!”, “¡Qué se yo!, en estos tiempos uno no puede confiar en nadie, ponga la denuncia”. Se regresó al lado de su padre y se sentó a llorar de la impotencia mientras lanzaba inútiles maldiciones y les recordaba la madre desde el vigilante hasta el presidente. Lo abrazó y poco a poco, lentamente,  se fue apaciguando su rabia.  Pablo puso su mano temblorosa sobre la cabeza de Eugenia y le acarició el pelo. Se le había perdido en la memoria cuándo había sido la última vez que se habían abrazado.

Friday, October 22, 2010

Cuento breve y con habano


Por unos malestares de gripe Javier regresó temprano a casa un viernes por la tarde. Al entrar al pequeño apartamento escuchó el ruido de la ducha y la voz de Alicia cantando la única canción que acompañaba al agua y al jabón en sus momentos de alegría. Abrió la ventana para evadir el aroma artificial del ambientador que aún flotaba en el espacio confinado de la sala y así tomar un poco de aire fresco que le aliviara la congestión nasal; y en la maceta del balcón, de la colilla de un habano de gruesa vitola aún brotaba un hilo de humo y una pizca de incandescencia se avivaba con la brisa.

Thursday, October 14, 2010

Vigilia



Ronie Von Rosa Martins, es profesor de Portugués e Inglés en Pedro Osorio, Rio Grande del Sur, Brasil. Post graduado en Literatura Contemporánea Brasilera y especialista en Lenguajes Verbales Visuales y sus Tecnologías. Maneja sus cuentos con ese nuevo lenguaje de la literatura brasilera que mezcla poesía, narración y elementos sicológicos. Recientemente colocó dos de sus relatos en portugués en la página venezolana Panfletonegro. Le solicité su autorización para subir a mi blog la traducción que hice de unos de ellos. Y aquí lo tienen.

Obrigado Ronie!

Vigilia

El cigarro ya comenzaba a calentar sus dedos. Le hubiese gustado incendiarse y de una vez por todas acabar con aquello. Esperar. Observar. Comprobar. Ya estaba cansado. Su vida no era más que pedazos de tantas vidas que observaba. Siempre al acecho. Escudriñando la vida ajena. Los detalles, la sordidez, las pequeñas alegrías, los dolores. La traición. Todos traicionaban. De una manera u otra la raza humana era traidora. Y le pagaban para que él observara y contara. Relatar los hechos.

Noche. Sentado al volante del carro lanzó la colilla del cigarro por la ventana. El pequeño bólido incandescente trazó una curva en el aire y murió en el suelo escupiendo algunas chispas del antiguo brillo. Muerte.

Todos querían saber. Interiormente ya lo sabían. Todos los que lo contrataban lo sabían. Pero necesitaban pruebas “¡Tráigame la verdad!”  Entonces él salía por las noches. Olfateando las fallas humanas, los deslices, las flaquezas.

Llenó el vaso del termo de café. Bebió un largo trago. Muy dulce. Pero le gustaba. Le gustaban las cosas dulces…

Entre la oscuridad y el silencio de la calle, un perro se aproximó y orinó la rueda del carro. Él sonrió. Le gustaría ser un perro y orinarse encima de alguien. Mostrar que ni siquiera estaba allí. Rechazar un trabajo. .mear sobre el pie de un idiota cualquiera.

De golpe volvió su atención hacia la casa. Movimiento. Lentamente se abrió la puerta, una sombra masculina parecía besar un bulto que no salía hasta la puerta. Sn encender las luces alcanzó la calle. Manos en los bolsillos, cabeza baja.

Si, era él. Ya tenía suficientes fotos y grabaciones para comprobarlo. La mujer estaba “frita”.  

El marido en viajes de negocio y ella allí, disfrutando de la vida con el abogado de la familia. Intentó sentir alguna cosa con relación a los hechos. Nada. Rabia: un hombre trabajando y la vagabunda haciendo aquello…Nada. No conseguía sentir nada. El marido podía ser un crápula, golpear a la mujer, y esos escapes eran la única forma de ella “vivir” … Nada. No conseguía involucrarse más. La vida de los otros comenzaba a acabarse para él. Ya no había ningún placer.

Estaba muriendo. Si vivía entre los pequeños estratos de los otros, entonces ahora estaba muerto.

Guardó la foto de la mujer dentro de un sobre. Mujer bonita, unos treinta y siete años, ojos tristes y boca sensual. Recordó el rostro del marido.  Hombre serio y arrogante. Acostumbrado a mandar. Cejas espesas y sonrisa irónica. Guardó la foto del abogado. Chico joven y alegre, una mirada que denotaba algo de presuntuoso… Levantó el rostro hacia el espejo del carro. Se miró. Nada.

Al otro día el marido recibió un extraño sobre. Un olor extraño venía de adentro. Abrió el sobre enojado y sofocado por el olor. Sacó del interior algunas fotos y documentos variados, todos manchados y mojados. Nada podía leerse o verse. ¿Pero qué es esto? Pensó. Agarró el teléfono. Discó el número que se sabía de memoria “¿Pero qué es esto?” “Nada.” Fue la respuesta al otro lado de la línea. “Me estoy yendo” “Hijo de P…” El olor a peste inundaba la sala. ”¿Qué olor tan horrible es éste?”  “Meado.”

ronie von rosa martins

Monday, October 11, 2010

Estampita mexicana con llorona


Por una de las calles laterales a la Plaza de San Jacinto de Ciudad de México, como parte de esa fauna de turistas que se desplazan a diario por las calles del D.F. Intentando congelar inútilmente los recuerdos con una cámara digital, entre el murmullo de la gente y la música proveniente de los restaurantes, escuché un leve quejido. Un breve sonido como oleaje que venía y callaba. Por la acera del frente, detrás de los autos estacionados,  pasaba una señora bien entrada en años, con dos trenzas tejidas en su pelo encanecido y largo que le bajaban por la espalda. Escuché su llanto con mayor claridad a medida que se acercaba. Caminaba sola. Sus lamentos venían de una profundidad y un desgarramiento que sólo conoce el alma. Aún vestía de colores, como si el acontecimiento estuviese todavía latiendo en sus oídos. Había mucha gente al otro lado de la calle, pero nadie mas se percataba. Busqué hacia los lados para ver si alguien la seguía a la distancia y pude ver a la imagen de la muerte, vestida de traje naranja, adornada con flores de colores y sombrero, que mostraba su eterna sonrisa tras una ventana. Volví el rostro hacia el frente y ya la anciana había desaparecido entre una multitud cada vez más insensible al dolor ajeno. Al día siguiente me enteré que había muerto Roberto Cantoral, célebre compositor de algunos de los boleros más hermosos que jamás haya escuchado como El Reloj o La Barca. Aún espero que el dolor de la anciana haya sido por uno de esos recuerdos románticos que la música siempre acompaña y no por esos terribles aconteceres que a diario nos acosan.

Friday, October 8, 2010

Y si el tiempo

Y si el tiempo pasa y las trayectorias de nuestros caminos no se interceptan
Y si el tiempo pasa y las estrellas desaparecen
Y después de la noche aparece otra noche

Y si el tiempo pasa
Y nuestros  ojos se despiertan en la oscuridad y no hay un interruptor en la pared
Y nuestras manos no encuentran la ventana ni la puerta

Y si el tiempo pasa y el río de sus horas crece y se lleva hasta los recuerdos
Y nos deja en la intemperie
Desnudos
Temblorosos

Y si el tiempo pasa y las piedras se desgranan
Y el viento se las lleva y vuelven a ser polvo que viaja en una galaxia remota
Que alguien mira colapsar desde el otro lado del universo.

Thursday, October 7, 2010

Vargas Llosa y el Nobel

Mario Vargas Llosa es un novelista impecable. Aunque no haya leído todos sus libros puedo decir por los que sí he tenido el placer de haber leído que maneja las técnicas de la novela de manera magistral. La primera novela de su autoría que leí en mi época universitaria fue Pantaleón y las visitadoras. La historia de un militar y sus vicisitudes para poner a funcionar un servicio peculiar y clandestino de prostitutas en el lado amazónico del Perú posee un tratamiento humorístico y una secuencia dramática bien atractiva para la lectura y la relectura. Luego leí La Guerra del fin del mundo y a pesar de lo voluminoso de la historia de Antonio Conselheiro lo releí con la misma voracidad que la primera vez. Tiempo después leí ¿Quién mató a Palomino Molero? y El Hablador. Aún no he leído La fiesta del chivo y hace poco tiempo comencé a leer Travesuras de una niña mala y me quedé a mitad de camino en la lectura. El premio es bastante merecido para una ardua trayectoria de trabajo literario. Como intelectual Vargas Llosa siempre ha tenido agudas opiniones   que le hicieron distanciarse de antiguos amigos como García Márquez. Observando la actual situación de cambios en Cuba parece que el peruano ha tenido más certeza en sus críticas hacia los dictadores de derecha e izquierda. Una buena anécdota seguirá siendo por muchos años cuando en su última visita a Venezuela Chávez lo invitó a debatir de política y cuando el escritor aceptó el reto el caudillo arrugó excusándose con el pobre argumento de que no era ningún mandatario. Ya sabemos que al presidente venezolano le gusta debatir sólo de la manera como lo hizo con la periodista Andreina Flores luego de las elecciones de parlamentarios. Celebremos pues, con un pizco sour, este nuevo Nobel para la lengua castellana y para Latinoamérica.

Wednesday, October 6, 2010

El primero siempre es rápido.

Ok, vamos a ver cómo sale esto. Tenía tiempo intentando abrir un Blog pero siempre había una excusa para no hacerlo. Esta vez lo que intentaba era publicar una página web de un pequeño negocio que arrancó hace poco la familia y tropecé con la fábrica de blogs y me dije ¿por qué no? Era más cómodo enviar los artículos a otras páginas y que los demás se encargaran de los detalles. Pero bueno, siempre hay una primera vez para todo y aquí estamos, intentando salvar la honra aunque, como lo dice el título, este texto va a ser uno rapidito. Ya buscaré más tiempo para ir subiendo otras cosas a la red.